viernes, 27 de enero de 2017

El largo camino de la lucha contra la corrupción


Por estos días es frecuente oír que el problema en Colombia no son los grupos armados si no la corrupción, y no les falta razón a quienes lo dicen. Si bien las voces de protesta por este flagelo son miles (hasta los mismos corruptos protestan), las medidas para combatirlas no son eficaces y cada día el fenómeno corroe más nuestra sociedad.

Y esto sucede porque al igual que la violencia o las drogas ilícitas, se combaten sobre todo con medidas represivas. No se estudian los problemas, no se atacan las causas, si no que ingenuamente creemos que reformando las leyes de contratación, creando más inhabilidades, más trámites, engrosando las plantas de personal de las “ías”, aumentando las penas y construyendo más cárceles, lo vamos a solucionar. 

Y está probado que estas medidas represivas más que acabar con la corrupción afectan de manera negativa al ciudadano común y por el contrario los corruptos hacen fiestas porque cada trámite se convierte en un peaje a su favor y a cada norma, ellos sí, le encuentran su atajo.

Para acabar con la corrupción en una sociedad, se requiere que los Estados no solo repriman si no que erradiquen sus causas y para ello se requiere el compromiso de todos los actores de la sociedad empezando por las empresas y las familias, sus células básicas.

En las empresas, es común encontrar hoy programas de Ética y Cumplimiento cuyo objetivo es el cumplimiento legal y desarrollar una cultura fundamentada en la integridad. Su enfoque está en contar con sistemas que controlen los riesgos de fraude y corrupción de manera prioritaria y promover una cultura basada en valores más exigentes que los que establece la ley, sin dejar de lado la detección y el castigo a los infractores.

Se puede decir sin duda que en la actualidad existen buenos de sistemas de control para las empresas, las firmas de auditoría son expertas en su implementación y sus beneficios son palpables pues los grandes casos de corrupción en el mundo han sido detectados gracias a que estos sistemas evidenciaron fallas y dieron pistas para las investigaciones que culminaron enviando a prisión a los culpables. Los controles son fundamentales para administrar empresas y esenciales para persuadir al corrupto. Pero el problema no es ese, muchos ya han hecho la tarea y los que no, pueden hacerlo cuando quieran.

El gran reto para las empresas y para la sociedad es la cultura. Para aquellas se trata no solo de unificar prácticas y valores a través de Códigos de Ética o de Conducta que identifiquen a los miembros de su organización si no que sus líderes sean los primeros en vivir esos valores.

Porque ¿qué gana una empresa con prohibir a sus empleados el recibo de regalos provenientes de proveedores, contratistas o clientes, si sus líderes llevan una activa vida social recibiendo y exigiendo atenciones y agasajos en medio de decisiones de negocios vitales para la compañía y que interesan al oferente?

¿Qué ganan las empresas con conmovedores discursos acerca del respeto si sus líderes humillan a sus subalternos, no consideran su tiempo libre, usan palabras despectivas hacia ellos o simplemente los ignoran hasta en el saludo?

O ¿qué se ganan hablando de humildad en los “modelos de cultura” cuando en las mesas de los Consejos Directivos solo se ven y hablan de Montblanc, ropa de marca, viajes en primera clase y carros de alta gama?

Y ni que hablar del Estado, donde los congresistas son adalides de la moral y de las buenas costumbres cuando salen por TV, pero muchos acuden a las empresas públicas y privadas con sus recomendados por puestos de trabajo, o contratos bajo la amenaza de un debate en el Congreso. Sí, horror de horrores.

Esta doble moral solo genera más corrupción.

Este flagelo solo se acabará cuando, en las empresas y en la sociedad, valoremos a los seres humanos por lo que tienen en la cabeza y en el corazón y no en sus bolsillos; cuando no esté de moda tener camionetas 4X4 si no andar a pie o en un buen transporte público; cuando prefiramos ir a las librerías y a los museos que a los centros comerciales; cuando no soñemos con ganarnos la Baloto para vivir en un vecindario “in” si no cuando trabajemos por el nuestro y lo disfrutemos cualquiera que sea; cuando nos emocione más el humanismo que el consumismo. Acabaremos con la corrupción cuando la presión social y el desprecio por ese modus vivendi arribista sea tal que aísle y avergüence al que se volvió corrupto para tenerlo todo y más.

Este cambio si es posible, pero llevará su tiempo y no lo emprenderán los políticos del corto plazo. Requiere de acciones individuales y colectivas en las que cada uno de nosotros tiene su tarea.

No reneguemos más, no nos señalemos más los unos a los otros, no saquemos más disculpas y empecemos desde ya la lucha contra la corrupción.







Margarita Obregón




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